Este es un artículo de Joan Golobart en el periódico La Vanguardia el 16.10.2010. Se titula “la gestión del miedo”.
Una afirmación de Eduard Punset indica que "la felicidad está reñida con el miedo, porque el miedo no permite a las personas sumergirse en aquello que les apasiona y les hace felices". Interpretada de manera apresurada, estoy disconforme con la afirmación, pero profundizando en la misma me doy cuenta de que seguramente pensamos igual.
En el deporte, y en cualquier actividad, la presencia del miedo hace que mucho de nuestro potencial quede alterado. Pueden aparecer la falta de autoestima, una disminución de la concentración y un alejamiento significativo de nuestra propia esencia. Factores que nos abocarán a una pérdida de prestaciones y de competitividad y seguramente al fracaso. Por lo tanto, parece que no existe elemento más nocivo para nuestra felicidad que la presencia del miedo.
Además el miedo crece en intensidad en la medida en que los logros pueden ser mayores. Cuanto más podemos perder, cuanta más responsabilidad adquirimos o cuando la repercusión social del fracaso puede ser mayor, más tendemos a alejarnos de nuestra esencia. Es muy curioso observar la bajada del autocar de los jugadores de un equipo en una circunstancia o en otra. Si los jugadores van a disputar un encuentro de Liga donde la posibilidad de victoria es amplia, ves cómo lo hacen de manera relajada. Uno hace una broma, otro saluda a los aficionados y otros hablan de manera distendida. Aspecto que cambia totalmente si van a jugar la final de la Champions. Ninguno de ellos habla, todos muestran un semblante de preocupación y los aficionados son ignorados. Es curioso, porque a fin de cuentas la pelota sigue siendo redonda y mide lo mismo, el campo también conserva las características de siempre y lo mismo sucede con el calzado, con tus compañeros y con el número de rivales que saltarán al terreno de juego. Nada ha variado respecto al partido de Liga corriente y en cambio el estado emocional no tiene nada que ver. Y todo por lo mucho que se puede perder.
Todos sabemos que el miedo está ahí y un día u otro aparecerá. Afortunadamente, la felicidad que podemos llegar a conseguir es directamente proporcional al miedo que hemos padecido, si se obtiene el objetivo ansiado. Recuerdo cuando el Real Madrid ganó la final de Champions al Bayer Leverkusen después de padecer de lo lindo. Una periodista le decía a Roberto Carlos: "¡Vaya sufrimiento habéis padecido!". Y él, un ganador nato, le respondió: "¡Pero si a mí me gusta ganar las finales de esta manera!".
La clave es alejar el miedo del protagonismo de la situación, poner nuestra esencia en el centro y establecer la gestión del miedo. El problema no es el miedo, ya que es inevitable, sino en qué medida sabemos gestionarlo. Gestión que tiene sólo un objetivo: intentar que el miedo no altere ni un ápice de nuestras capacidades.
Imagínense los miedos que pueden haber pasado esos fenómenos del deporte que tiene nuestro país: los Nadal, Alonso, Gasol, Lorenzo, Contador, Elias... Algunos de ellos no sólo compiten con el miedo a la derrota, sino con el miedo a posibles accidentes. En cambio, los vemos muy felices. Y lo son porque, aun viviendo con miedos, los saben gestionar. Seguramente poseen aptitudes innatas que les ayudan a ello, como una gran autoestima, pero también pasan por un proceso de aprendizaje para conseguirlo.
Perdonen que me repita en mi referencia al torero José Tomás y su frase referente al valor. Le preguntaron qué es el valor en el toreo y sabiamente respondió: "Es ser capaz de liberar tu mente para que toree tu espíritu". Es lo que deberíamos hacer todos con el miedo. No huir de él, porque eso supone renunciar a demasiadas cosas. Debemos aprender a gestionarlo correctamente. Y a eso se le llama madurez.
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